lunes, 6 de julio de 2009

CARMEN: ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO por © Alberto Peyrano


Fue realmente un escándalo. En la noche del 3 de marzo de 1875, el público asistente en la Opera-Comique de París, salió escandalizado por el estreno de “Carmen”, de Georges Bizet. Acostumbrado a historias llamadas “edificantes”, la gente quedó incomodada con aquel espectáculo singular, en el cual una muchacha gitana desprovista de cualquier moral, sin la menor sombra de remordimiento o de piedad, hechizaba y llevaba a los hombres a la perdición. Y en lugar de un final feliz, la obra remataba con un hecho de sangre: Carmen, asesinada a puñaladas, por su amante.

La música, tan perturbadora como el argumento, fue también motivo de controversias. La crítica, en la prensa de la época, se mostraría dividida. La mayoría, es cierto, trató a “Carmen” como un espectáculo repugnante y obsceno. “Si fuera posible imaginar al diablo escribiendo una ópera, seguro que ésa sería Carmen”, publicó la Music Trade Review de Londres. No obstante, hubo quien pensó en lo contrario: “Bizet ha querido pintar hombres y mujeres de verdad, alucinados, atormentados por las pasiones, por la locura. Así, la orquesta también cuenta sus angustias, sus celos, sus cóleras y la insensatez general”, fue el comentario publicado en Le National de Paris.

La originalidad de “Carmen” terminaría triunfando sobre los preconceptos y valores de la época. Pero Bizet no viviría para disfrutar su propio triunfo. Exactamente tres meses después del polémico estreno, en una pequeña ciudad del interior de Francia, Bougival, su corazón, enfermo por los disgustos del estreno, estalló y le provocó la muerte.

Su trayectoria musical había sido rápida y sorprendente. Sus primeras obras “Los pescadores de perlas” de 1863, “La bella muchacha de Perth” de 1867, y “Djamileh” de 1872, poco o nada dejaban entrever el hecho revolucionario que significaría “Carmen”.

Nacido en París en 1838, Bizet era hijo de un profesor de canto y de una pianista. A los 9 años lo matricularon en el Conservatorio de París. Cuando llegó a los 19, ganó el codiciado Gran Premio de Roma y fue a estudiar a Italia, donde pasaría tres años. Sus profesores vieron en él a un instrumentista de altos valores y con una gran promesa de futuro, pero Bizet prefirió hacer su carrera musical como compositor.

Poco después de retornar a París, pierde a su madre en 1861 y tuvo un hijo con la empleada doméstica que servía a la familia. Pero se casaría nueve años más tarde con Geneviève, la hija de su antiguo profesor del Conservatorio de Paris, Fromental de Halévy. Al año siguiente se alistó en la Guardia Nacional y fue a luchar a la guerra franco-prusiana. Después de experimentar los campos de batalla, intentó retomar su carrera como compositor. Fue cuando apostó por su ópera “Djamileh”, pensando que le traería la consagración, pero la obra fue recibida con frialdad, tanto por el público como por la crítica.

Tratando de rehacerse después de su fracaso, Bizet se sumergió en el proyecto que resultaría en “Carmen”, su obra maestra. Después de leer la historia original de Prosper Mérimée, novela que había sido publicada en 1845, decidió transformarla en ópera y para ello contó con un libreto escrito por Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Sin haber puesto jamás los pies en España, Bizet investigó sobre algunos elementos de la música española y acrecentó algunos otros derivados de aquéllos, pero frutos de su inspiración. Esto llevó a algunos críticos de aquel tiempo a denunciar un cierto artificialismo de la composición, que sonaba como “música francesa queriendo pasar como española”. Mientras el sector más conservador de la crítica insistía en ver defectos de orden estético y moral en “Carmen”, la obra comenzaba a llamar la atención de importantes compositores contemporáneos de Bizet.

Fallecido a los 36 años, el compositor no pudo ser testigo de la extraordinaria repercusión que su ópera conquistaría luego. Durante los diez años siguientes, la misma sería representada casi un millar de veces, en diferentes escenarios de toda Europa. Luego de arrebatar al público en su versión lírica, “Carmen” sería celebrada en el siglo XX, con varias versiones en ballet y cinematográficas, tales como son las dirigidas por Carlos Saura, Jean-Luc Goddard o Franceso Rossi. Y aún continúa en este siglo, de manera incansable, dando inspiración y oportunidades a jóvenes creadores.

Pero ¿de dónde surge este controvertido personaje más cercano al infierno que al cielo? ¿Existió realmente o sólo fue la visión prohibida y delirante de una mujer deseada por un escritor francés? Para llegar a alguna aclaración de este enigma, debiéramos remontarnos, desde la noche del estreno de la ópera que inmortalizaría a “Carmen”, casi setenta y cinco años hacia atrás en el tiempo, al momento en que nace “el padre” de este prototipo de mujer fatal que trascendería espacio y tiempo: Prosper Mérimée.

Hijo de bohemios pintores, Mérimée nació en París en 1803. Atraído por la vocación de los padres al principio, luego derivó sus inclinaciones artísticas hacia la literatura. Buscando temas para sus escritos, viajó por primera vez a España en 1830. Esta tierra le proporcionó abundante material histórico y humano que fue volcando en sus textos preñados de historias reales, como es el caso de su novelas “Colomba” o “La historia de Don Pedro I, rey de Castilla”. Muy amigo de la vida social y de los amoríos, Prosper pronto se sintió a gusto en este país que lo convocaba generosamente a los placeres y al éxtasis de los sentidos.

Existen tres hechos muy marcados durante el primer viaje, que podrían considerarse el germen de “Carmen”. El primero de ellos, tiene que ver con una ejecución en Valencia, a la cual Mérimée asistió. Era costumbre en aquellos tiempos ejecutar a los reos en la horca. Le llamó la atención a nuestro autor, paseando una noche por las calles cercanas al presidio de la ciudad, la construcción acelerada de un patíbulo. Averiguando, se enteró que al amanecer del día siguiente sería ajusticiado allí un mozo bastante pendenciero que había asesinado de una cuchillada a un militar. Así fue como, motivado por su curiosidad acerca de las costumbres del pueblo español, a la mañana contempló por entero el ajusticiamiento público del reo.

El siguiente hecho se refiere a una excursión de Mérimée por la huerta valenciana. Al llegar a las afueras del pueblo de Murviedro, y atacado por una gran sed, nuestro autor y su acompañante-guía se detuvieron en una posada del camino donde una muchacha le alcanzó una jarra con agua fresca. Prosper no fue ajeno a la belleza de la joven, decidió quedarse allí un rato más, a regañadientes del guía, y consumió un plato de gazpacho preparado por la misma niña, que se llamaba Carmencita, retratándola aceleradamente en su cuaderno de apuntes. Cuando retomaron el camino, el francés le comentó a su compañero lo bueno que había estado el gazpacho, a lo cual su interlocutor le respondió que seguramente lo había preparado el mismo diablo. Y agregó que la tal Carmencita era una bruja que asistía a los aquelarres y era amante del demonio, a la vez que compañera de una anciana maga que continuamente producía “mal de ojo” a los hombres.

El tercer suceso que contribuye a gestar “Carmen” es el relato que su anfitriona en España, la condesa de Teba, le relataría sobre la desgracia que había caído sobre su cuñado, enamorado de una cigarrera sevillana que pretendía casarse con él para “vergüenza” de la familia.

Así, con elementos de distinta procedencia, Mérimée fue elaborando el personaje de su novela más famosa, “Carmen”, la cual quedaría inmortalizada a partir de la obra musical de Bizet.

Si bien entre la novela y la ópera pueden encontrarse diferencias de hechos y personajes, el nudo argumental es el mismo y la esencia del personaje no varía. Por el contrario, su salida desde las letras hacia las notas de los instrumentos musicales, le permitió cobrar fuerza y encarnar al prototipo de la seducción y el encantamiento, que trascendería tiempo y distancias pues, como bien lo afirma la Dra. ter Beest, el compositor tuvo el acierto de potenciar el personaje de Escamillo (un picador en el relato de Mérimée, un hombre entre tantos) y convertirlo en el famoso torero, en el macho, el símbolo de todos los hombres que hayan podido amar a Carmen.

Además, tuvo otro acierto: convertir a Carmen en una gran heroína trágica, jugando la contradicción entre fatalismo y libertad, entre la mujer que se sabe sometida a un destino implacable –como puede comprobarse en el aria de la tirada de cartas- y la mujer que afirma su libertad y está dispuesta a defenderla con su propia vida.

Hasta el presente, “Carmen” continúa ofreciendo abundante material para seguir re-creándola incansablemente, como la ha hecho el cine desde 1907 hasta la actualidad, en más de 80 versiones. Además se ha constituido en el modelo básico de mujer fatal y destructora de hombres, un ser por el que se mata, por el que se muere, cuando no es ella la propia asesina.

Publicado por © Alberto Peyrano
Buenos Aires, Argentina


Anteriormente publicado en la Revista Estrellas Poéticas
Año III, Nº 25, 2008


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