Voy manejando por la autopista y se me viene encima un camión con acoplado. Me pasa y tras de él viene un micro de larga distancia. Uno y otro han reemplazado al tren. Lo llamativo es que yo voy un poco por debajo de los cien kilómetros, velocidad máxima permitida por esa vía y los tamaños bólidos, de los que sólo puedo ver las luces, por la altura del espejo retrovisor; me pasan como poste. Y menos mal que alcanzo a correrme en un caso para un lado y, en el que venía detrás, para el otro. Solo faltándome decir: Ole! Porque si no me pasaban por arriba. Ya no volví a verlos. Lejos se perdían en la distancia. De haberlos podido alcanzar, les hubiera impuesto un castigo ejemplar: manejar un Fiat 600 de por vida!
Llego a un desayuno de trabajo de una marca multitransnacional, aunque de esto último quede muy poco. De allí me voy a un almuerzo político sindical, luego a una merienda oficial, para después cenar en una reunión dirigencial a la que asisten todos los que de la comunidad merezcan estar. No falta nadie. Les miro a la cara a todos y vaya que rebozan de salud. Se los ve muy bien alimentados, educados, limpios y seguros. Y en verdad que da gusto hablar con ellos. La fiesta es total.
En cada evento, se me ocurre ir por la puerta de atrás. Me sorprende ver una maraña de ejemplares humanos, alguien diría de resaca y despreciables. Me pregunto qué estarán esperando. Y de pronto se me ocurre el motivo. Y vuelvo rápido para ver las mesas de los invitados. ¡Madre mía! ¡Cuánta abundancia! ¿Esto iban a consumir en un día? ¡Claro! Será mucho lo que sobre y aquellos de la puerta trasera estarán esperando las sobras y descargas que les corresponderá.
Pero antes de salir, veo que una “masita” muy osada no tuvo mejor idea que manchar la recién comprada alfombra por demás mullida. ¡Qué contrariedad! Menos mal que el presupuesto aprobado y permitido contempla mensualmente esta contingencia, porque entonces se podrá cambiar la totalidad del alfombrado de todos los lugares se hayan o no manchado.
Ironías aparte: ¡qué perversa actitud! ¡Qué maldad desenfrenada! ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuánta prepotencia, soberbia y altanería! ¡Qué educación para hablar y qué despreciable y rechazable modo de actuar! ¡Qué inequidad! El más grande y poderoso se fagocita al pequeño y débil. El atorrante al tímido, el audaz e inescrupuloso al prudente, el delincuente al inocente.
Y así la sociedad se va “tragando”, cual “La Nona”, a sus criaturas; así el acaudalado va “comprando”, como en “El centroforward murió al amanecer”, a sus destacadas figuras; y así al exterior se van tentados, como en “Made in Lanús”, los que pueden emigrar sin despedida, aunque alguien grite que se quiere quedar. Tres espejos de una realidad bien argentina. Y un lazo que iguala y une, cual “El Puente”, las enormes diferencias del mundo de la pobreza y la riqueza, en el desenlace de la vida.
¡Vaya que el Teatro hace que la vida sea divertida y atractiva! ¿De qué se queja el que no tiene? Si puede soñar lo que pretende. ¿Por qué protesta aquel que tiene? Porque pareciera no ser feliz con lo que tiene. No le alcanza, quiere más. Desenfrenada ilusión de poder y locura que no le permite soñar con lo que tiene.
Llego a un desayuno de trabajo de una marca multitransnacional, aunque de esto último quede muy poco. De allí me voy a un almuerzo político sindical, luego a una merienda oficial, para después cenar en una reunión dirigencial a la que asisten todos los que de la comunidad merezcan estar. No falta nadie. Les miro a la cara a todos y vaya que rebozan de salud. Se los ve muy bien alimentados, educados, limpios y seguros. Y en verdad que da gusto hablar con ellos. La fiesta es total.
En cada evento, se me ocurre ir por la puerta de atrás. Me sorprende ver una maraña de ejemplares humanos, alguien diría de resaca y despreciables. Me pregunto qué estarán esperando. Y de pronto se me ocurre el motivo. Y vuelvo rápido para ver las mesas de los invitados. ¡Madre mía! ¡Cuánta abundancia! ¿Esto iban a consumir en un día? ¡Claro! Será mucho lo que sobre y aquellos de la puerta trasera estarán esperando las sobras y descargas que les corresponderá.
Pero antes de salir, veo que una “masita” muy osada no tuvo mejor idea que manchar la recién comprada alfombra por demás mullida. ¡Qué contrariedad! Menos mal que el presupuesto aprobado y permitido contempla mensualmente esta contingencia, porque entonces se podrá cambiar la totalidad del alfombrado de todos los lugares se hayan o no manchado.
Ironías aparte: ¡qué perversa actitud! ¡Qué maldad desenfrenada! ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuánta prepotencia, soberbia y altanería! ¡Qué educación para hablar y qué despreciable y rechazable modo de actuar! ¡Qué inequidad! El más grande y poderoso se fagocita al pequeño y débil. El atorrante al tímido, el audaz e inescrupuloso al prudente, el delincuente al inocente.
Y así la sociedad se va “tragando”, cual “La Nona”, a sus criaturas; así el acaudalado va “comprando”, como en “El centroforward murió al amanecer”, a sus destacadas figuras; y así al exterior se van tentados, como en “Made in Lanús”, los que pueden emigrar sin despedida, aunque alguien grite que se quiere quedar. Tres espejos de una realidad bien argentina. Y un lazo que iguala y une, cual “El Puente”, las enormes diferencias del mundo de la pobreza y la riqueza, en el desenlace de la vida.
¡Vaya que el Teatro hace que la vida sea divertida y atractiva! ¿De qué se queja el que no tiene? Si puede soñar lo que pretende. ¿Por qué protesta aquel que tiene? Porque pareciera no ser feliz con lo que tiene. No le alcanza, quiere más. Desenfrenada ilusión de poder y locura que no le permite soñar con lo que tiene.
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Citas: “La Nona” obra teatral de Roberto Cossa
“El centroforward murió al amanecer” de Agustín Cuzzani
“Made in Lanus” de Nelly Fernández Tiscornia
“El Puente” de Carlos Gorostiza
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Publicado por Adrián Di Stefano
Buenos Aires, Argentina
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