Y era entonces un chaval de doce años, que de pronto ve partir un sueño. Se despierta una mañana en otro cielo y ya nunca su jardín lo podrá ver. Otros mares y otros soles y un sin fin de melodías muy extrañas, van forjando una fugaz melancolía como brote de semilla alimentada por una lluvia de mirada al horizonte de un recuerdo que jamás volverá a ser.
Fue creciendo en su lejana tierra santa sin perder las esperanzas de un reencuentro que ya próximo a partir, pudiera al mar volver. Lluvia de cristal límpida y clara como gotas de sudor de fértil raza. Sacrificio de labor ya sin descanso para ver crecer las ilusiones de nostálgica añoranza.
Pero fue de pronto que en un cruce de miradas muy serenas, aunque llenas de rocío en la mañana, descubrió que la sangre cual torrente de chorro embravecido, salpicó como néctar de una flor enamorada, para un sol del más ferviente sentimiento que pudiera albergar en cuerpo y alma. Y así el amor les descubrió del árbol ramas como fruto de raíz echada en anclas.
El horizonte; aquella línea delgada y mansa que separa del cielo, el agua clara; ya no volvió a ser de noche oscura, sino por siempre una extensión en la distancia de una tierra por doquier muy abrazada. Latido de cosecha y pura sabia, y un nacer a campo abierto como pétalo de rosa de un alegre recordar de un tiempo ido, que por siempre lo verá soñando en ansias.
Hasta al fin cerrar su ciclo abriendo cielos, por recuerdos de su paso por la vida, con pasión y bienaventuranza.
Fue creciendo en su lejana tierra santa sin perder las esperanzas de un reencuentro que ya próximo a partir, pudiera al mar volver. Lluvia de cristal límpida y clara como gotas de sudor de fértil raza. Sacrificio de labor ya sin descanso para ver crecer las ilusiones de nostálgica añoranza.
Pero fue de pronto que en un cruce de miradas muy serenas, aunque llenas de rocío en la mañana, descubrió que la sangre cual torrente de chorro embravecido, salpicó como néctar de una flor enamorada, para un sol del más ferviente sentimiento que pudiera albergar en cuerpo y alma. Y así el amor les descubrió del árbol ramas como fruto de raíz echada en anclas.
El horizonte; aquella línea delgada y mansa que separa del cielo, el agua clara; ya no volvió a ser de noche oscura, sino por siempre una extensión en la distancia de una tierra por doquier muy abrazada. Latido de cosecha y pura sabia, y un nacer a campo abierto como pétalo de rosa de un alegre recordar de un tiempo ido, que por siempre lo verá soñando en ansias.
Hasta al fin cerrar su ciclo abriendo cielos, por recuerdos de su paso por la vida, con pasión y bienaventuranza.
publicado por © ADRIAN DI STEFANO
Buenos Aires, Argentina
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