¿Cómo cambiar la degeneración, entre tantas otras, que sucede no solamente en mi país, sino también en docenas de naciones?
Agresiones físicas a maestros, peleas entre alumnos, amenazas de muerte, paros de larga duración, tráfico de drogas, destrucción de aparatos tecnológicos, y mucho más. Y lo peor, es que estos hechos provienen de alumnos a quienes nada les falta en la vida.
Los datos estadísticos son alarmantes y señalan que las autoridades involucradas en el sagrado deber de formar una generación, moral e intelectualmente válida, viven en un "dolce far niente", rehenes de sucia política.
Brasil, a raíz de su enorme extensión y una población que sobrepasa los doscientos millones de personas, sufre el impacto de una desigualdad de renta aterrorizante, empeorada por la corrupción de alcaldes y gobernadores, si más no fuera por los poderes más altos.
Por la Constitución, cada estado está obligado a destinar el 25% de su recaudación de impuestos para la Educación, pero eso es puro cuento. San Pablo, cuya riqueza es más grande que la de muchos países europeos, no llega a aplicar ni el 3% del monto que recauda, confiado en que los padres ricos encaminarán a sus hijos a escuelas nobles, facultades y universidades.
Y los padres humildes, que son la gran mayoría ¿cómo quedan? ¿Tal como Job, llorando su suerte?
Esa desgracia, que es clara y es común en muchos países, expone sus vísceras al toque de las manos, insiste en convivir con décadas de políticos más interesados en amontonar riquezas en los paraísos fiscales que cumplir las leyes.
Como brasileño, mi foco principal es mi país, estando poco apto para abordar las inmundicias exteriores, por lo menos en su profundidad misma, porque la media internacional sabe ocultar los escándalos.
Además de eso, hay otros datos vergonzosos en mi tierra: un millón de estudiantes frecuentan escuelas sin saneamiento básico, unos seiscientos mil están en escuelas sin energía eléctrica, centenas y centenas de alumnos tienen que caminar una o dos horas desde sus pueblitos hacia la escuela más cercana, que son casi taperas. Otros, estudian al aire libre, bajo la sombra de los árboles en el soleado noreste.
Y, lo más absurdo, hay "maestros" que no completaron el curso primario, cuyas letras en una vieja pizarra parecen más jeroglíficos que alfabeto latino.
¿Necesito escribir más? ¿Es, o no, la casi muerte de la enseñanza?
Publicado por © Luis Carlos Silva Pereira
Rio de Janeiro, Brasil
Damos la bienvenida y nuestro agradecimiento por su colaboración al amigo Luiz Carlos Silva Pereira.
Gracias Luiz! (Dj y el staff)
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