Tras la euforia económica de los años veinte, con nueve millones de inversores en la Bolsa, se instalaron en Estados Unidos miles de locales dedicados al ocio, y muy especialmente al cine; pero cuando llegó el Jueves Negro, el 24 de octubre de 1929, y el martes siguiente, 29 de octubre, el Martes Negro, el colapso de la Bolsa de Nueva York, se inició la Gran depresión con suicidios en masa en todo el país.
A Estados Unidos le había llegado la pobreza, y ¿qué mejor que el cine para huir de ella?, ¿qué mejor que esa fábrica de sueños que permitía, por solo un níquel de 5 centavos, sumergirse en el doble mundo onírico que brindaban los programas dobles? Millones y millones de necesitados de Norteamérica contaba ya con 123.000.000 de habitantes que buscaban, además de unas horas de olvido de su miseria, una clave a la que agarrarse para salir a flote, una razón para seguir viviendo. Y la clave exacta de la necesidad que tenía que procurar satisfacer se la dio el cine de Hollywood, la más perfecta máquina de sueños a bajo precio que jamás ha creado el hombre.
Todas esas circunstancias favorables hubiesen significado poco si los estudios hollywoodenses no hubiesen acertado a imponer un sistema de trabajo que les permitió asentar el triunfo de su cine en el de un modo de producción. La organización de los estudios determinó la abundancia y regularidad de su producción desde finales de los años 10 a principios de los 60, la era de esplendor de Hollywood, décadas en las que crearon e impusieron los estilos y estéticas propios del cine norteamericano, al hacer compatible la existencia de unas normas estrictas de producción con la creatividad de un gran número de cineastas, que pudieron demostrar su talento tanto aceptando como saltándose dichas normas.
En aquel Hollywood tuvieron acomodo los genios del cine, los verdaderos artistas,los creadores, al mismo tiempo que sus continuadores e imitadores o los magníficos artesanos que hicieron la mayor parte de las buenas películas de entonces.
Así, durante sus décadas de oro, el cine norteamericano se sustentó en los géneros cinematográficos. El género fue un poderoso instrumento de homogeneización, pero también de diferenciación, ya que películas pertenecientes a un mismo género se parecen entre sí, pero cada una de ellas es única y diferente a las demás.
La pregunta inevitable es: ¿cómo se identifica un género?
· determinados elementos deben aparecer para que reconozcamos al género como tal y otros deben estar ausentes ya que, en caso contrario, se transgredirían las leyes de ese género.
· los planos que forman ese arranque constituyen un elemento clave para la identificación del género a que pertenece una película.
En todo caso, para los mejores analistas de cine, el género es el denominador común de todo el cine de Hollywood, ya que la casi totalidad de las películas rodadas en sus Estudios durante su era dorada pertenecen al cine de género. Está claro que géneros, o categorías asimilables a los géneros, han sido producidos por todas las cinematografías del mundo, pero ninguna ha creado un panorama tan amplio de géneros ni los ha visto triunfar durante tanto tiempo. ¿Por qué?, porque el cine de género es una consecuencia directa del modo de producir de los estudios de Hollywood. Sus gigantescas instalaciones, sus enormes reservas de decorados, vestuario y ambientación, y, sobre todo, la especialización de las unidades de producción y los profesionales que las integraban se prestaban a su reutilización constante en las películas de género: El cine de gansters y el social en la Warner, la comedia musical y el drama psicológico en la MGM, el cine de terror en la Universal, etc.
Otro factor importante fue el hecho de que los estudios tuviesen bajo contratos de larga duración no sólo al personal técnico y especialistas sino también, y sobre todo, a actores y directores. Ello les permitía reincidir en el género que les daba fama y taquilla, pero también usar sus nombres para la potenciación de géneros distintos a aquellos en que eran habituales.
Por ejemplo, la utilización de Marlene Dietrich en el cine histórico (“Capricho imperial”), en el de espías, (“Fatalidad”), en la comedia, (“Ángel”), en el western, (“Arizona”), o en el policíaco, (“Pánico en la escena”; o la de Cary Grant en comedias, cine de aventuras, suspense o melodrama. Lo que ocurría también con los directores: Anthony Mann, Charles Walters, John Ford, Hawks, o Mankiewicz.
Además, debe tenerse en cuenta que la producción de películas de género se vio favorecida por la jerarquía de los presupuestos. No es suficiente con clasificarlas como películas de la serie A o B, ya que una película de la serie B de la MGM, por ejemplo, tenía más presupuesto que una da la serie A de la mayor parte de las restantes compañías.
El declive del cine de género vino provocado por la puesta en vigor en Estados Unidos de la ley antimonopolio que forzó a los Estudios a desprenderse de sus cadenas de Exhibición, lo que originó la ruina de muchos Estudios, estudios, la desaparición de las sesiones de programa doble, las de sesión continua, y la implantación de las modernas técnicas de marketing cinematográfico. La televisión vino a acabar casi con el cine de género al ofrecer una evasión más barata a quienes llenaban las salas de programa doble y precio económico. De entre todos, el género más castigado fue el de la comedia musical, dado su elevado coste, y a punto estuvo de serlo también el western. Los más favorecidos fueron el cine fantástico, el de terror, el de ciencia ficción y otros similares.
Logró mantenerse, sin picos ni hondonadas, el maravilloso cine negro, un género en el que la muerte siempre está considerada desde dentro, desde el punto de vista de los criminales. Fuera del cine negro, la muerte está considerada desde fuera, desde el punto de vista de la policía, por ejemplo, y que se instala en el propio mundo criminal, describiéndolo con simples toques (“El gran sueño”) o con disimulada pero cuidada complacencia (“Mientras la ciudad duerme”). Teniendo la novela negra como fuente inmediata, en ese género de cine, los policías están maleados, e incluso pueden ser asesinos o estar comprados por los criminales. Es un cine, pues, que no se puede confundir jamás con el cine de gansters ni con los actuales thrillers.
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De “Apuntes de historia del cine” del Prof. Luis T. Melgar, 2005
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