En 1933 se rodó el primer filme sonoro argentino, "Tango", de Luis Moglia Barth, protagonizado por Libertad Lamarque, y "Los tres berretines", de Enrique T. Susini, a los que siguieron "Noches de Buenos Aires" (1935), de Manuel Romero, y "Puerto Nuevo" (1936), de Luis César Amadori.
Por aquel entonces surgió también una generación de nuevos realizadores que floreció antes de la II Guerra Mundial, más orientada hacia un cine de género con aspiraciones artísticas, en la que destacaban Leopoldo Torres Ríos ("La vuelta al nido", 1938), el también actor Mario Soffici (que había empezado con "El alma del bandoneón", 1935, de nuevo con Libertad Lamarque, pero más tarde hizo las más serias "Viento norte", 1937 y "Prisioneros de la tierra", 1939, precursora del cine social argentino), y sobre todo, Luis Saslavsky ("Crimen a las tres", 1935; "La fuga", 1937; "Puerta cerrada", 1939; o "La casa del recuerdo", 1940), el cineasta del periodo con más aspiraciones intelectuales.
El golpe de Estado de 1943 favoreció el aumento del número de películas en detrimento de su calidad y aplicó una fuerte censura. Destacan en ese periodo "Tres hombres del río" (1943), de Mario Soffici; "La dama duende" (1945), de Luis Saslavsky; "A sangre fría" (1947) y "La vendedora de fantasía" (1950), de Tinayre, ambas interpretadas por Alberto Closas. Un buen director, Lucas Demare, dirigió "Su mejor alumno" (1944), "Pampa bárbara" (1945), una especie de western criollo, y "Los isleros" (1951).
Con la caída del peronismo en 1955, se produjeron una serie de películas de crítica abierta a este régimen, comenzando con la de Lucas Demare "Después del silencio" (1956). Durante este periodo aparecieron dos jóvenes realizadores: Leopoldo Torre Nilsson, hasta el momento el cineasta argentino de mayor prestigio internacional, que hizo "La casa del ángel" (1957), "Fin de fiesta" (1960), "La mano en la trampa" (1961) y "Martín Fierro" (1968); y Fernando Ayala, que dirigió "Ayer fue primavera" (1954), "Los tallos amargos" (1956) y "El jefe" (1958).
Ya en la década de 1960, la influencia de la nouvelle vague francesa en el cine argentino se refleja en títulos como "Alias Gardelito" (1961), del actor Lautaro Murúa (conocido por sus intervenciones en las películas de Leopoldo Torre Nilsson, autor de la popularísima "La Raulito", 1975); "La cifra impar" (1961), sobre texto de Julio Cortázar, y la inédita "Los venerables todos" (1962), ambas de Manuel Antín; "Los jóvenes viejos" (1961), al estilo del italiano Michelangelo Antonioni, y "Pajarito Gómez" (1964), de Rodolfo Kuhn. Este último sí enlazó con la producción industrial, a diferencia de lo que pasó en líneas generales con este movimiento, que por descuidar este aspecto del cine, pronto provocó el desinterés del público.
También en estos años y bajo la influencia de la nouvelle vague el actor Leonardo Favio se lanzó a la dirección con "Crónica de un niño solo" (1964) (foto), "El romance del Aniceto y la "Francisca" (1967) y "El dependiente" (1968). Fue entonces cuando se consolidó en el cine argentino una fuerte impronta ideológica, que atrajo incluso producciones extranjeras, como "Los inocentes" (1962) o "La boutique" (1967), de los directores españoles Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga respectivamente, rodadas en Argentina por problemas con la censura franquista. En esta línea ideológica, que aún hoy perdura, destaca la encuesta neoperonista de cuatro horas y media "La hora de los hornos" (1968), de Fernando Solanas y Octavio Genio.
Por su parte, Torre Nilsson filmó "Güemes, la tierra en armas" (1972), "Boquitas pintadas" (1974), adaptación de la novela de Manuel Puig que alcanzó gran éxito internacional, y "La mafia" (1971), que explora el tema de esta organización familiar- delictiva un año antes que "El padrino", de Francis Ford Coppola.
El golpe militar de 1976 y la dictadura posterior, provocaron una crisis de la cinematografía nacional, y hasta 1980 apenas se realizaron producciones interesantes, a excepción de películas como "La parte del león" (1978), debut del director Adolfo Aristarain. Este periodo de crisis se remontó, no obstante, con una serie de interesantes realizaciones que trataban de una u otra forma temas políticos, como "Tiempo de revancha" (1981) y "Los últimos días de la víctima" (1982), de Aristarain, protagonizadas por obreros que cuestionan su compromiso político; "Asesinato en el senado de la nación" (1984), de Juan José Jusid, de corte histórico; "La historia oficial" (1985), de Luis Puenzo, Oscar a la mejor película extranjera; y "No habrá más penas ni olvidos" (1983), de Héctor Oliveira, Oso de Plata en el Festival de Berlín, que tratan directamente las trágicas consecuencias de la dictadura militar.
Dentro de esta corriente el tema del exilio aparece también en "Tango, el exilio de Gardel" (1985), de Fernando Solanas, que obtuvo el César a la mejor banda sonora original escrita por Ástor Piazzola, y se perciben tintes feministas en la obra de María Luisa Bemberg, realizadora más comercial y prolífica, que en sus retratos de la alta burguesía argentina, como "Miss Mary" (1986), trata también de adscribirse al análisis político vigente.
Este brillante periodo, durante el que se realizaron películas como "La deuda interna" (1988) de Pereira, alcanzó un promedio anual de producción de más de 30 películas. Su esplendor se vio truncado por el crecimiento de la inflación y la crisis económica de 1989, que hizo descender el número de rodajes y provocó que algunos de los mejores realizadores, como Aristarain, se instalaran fuera del país. En su caso se trasladó a España, donde rodó "Un lugar en el mundo" (1992), premio Goya de la Academia de Cinematografía Española en 1993, y, ya como producción totalmente española "La ley de la frontera" (1995).
En la década del 90 se asistió a un renacer del cine argentino, artístico al menos, con figuras como Eliseo Subiela, director de "Hombre mirando al sudeste" (1986), "El lado oscuro del corazón" (1992), o "No te mueras sin decirme a dónde vas" (1995), como "Perdido por perdido" (1993) de Alberto Lecchi, o como "Gatica el mono", de Leonardo Favio, Goya en 1994.
De "Apuntes para la historia del cine" del Prof. Luis T. Melgar (2005)
Por aquel entonces surgió también una generación de nuevos realizadores que floreció antes de la II Guerra Mundial, más orientada hacia un cine de género con aspiraciones artísticas, en la que destacaban Leopoldo Torres Ríos ("La vuelta al nido", 1938), el también actor Mario Soffici (que había empezado con "El alma del bandoneón", 1935, de nuevo con Libertad Lamarque, pero más tarde hizo las más serias "Viento norte", 1937 y "Prisioneros de la tierra", 1939, precursora del cine social argentino), y sobre todo, Luis Saslavsky ("Crimen a las tres", 1935; "La fuga", 1937; "Puerta cerrada", 1939; o "La casa del recuerdo", 1940), el cineasta del periodo con más aspiraciones intelectuales.
El golpe de Estado de 1943 favoreció el aumento del número de películas en detrimento de su calidad y aplicó una fuerte censura. Destacan en ese periodo "Tres hombres del río" (1943), de Mario Soffici; "La dama duende" (1945), de Luis Saslavsky; "A sangre fría" (1947) y "La vendedora de fantasía" (1950), de Tinayre, ambas interpretadas por Alberto Closas. Un buen director, Lucas Demare, dirigió "Su mejor alumno" (1944), "Pampa bárbara" (1945), una especie de western criollo, y "Los isleros" (1951).
Con la caída del peronismo en 1955, se produjeron una serie de películas de crítica abierta a este régimen, comenzando con la de Lucas Demare "Después del silencio" (1956). Durante este periodo aparecieron dos jóvenes realizadores: Leopoldo Torre Nilsson, hasta el momento el cineasta argentino de mayor prestigio internacional, que hizo "La casa del ángel" (1957), "Fin de fiesta" (1960), "La mano en la trampa" (1961) y "Martín Fierro" (1968); y Fernando Ayala, que dirigió "Ayer fue primavera" (1954), "Los tallos amargos" (1956) y "El jefe" (1958).
Ya en la década de 1960, la influencia de la nouvelle vague francesa en el cine argentino se refleja en títulos como "Alias Gardelito" (1961), del actor Lautaro Murúa (conocido por sus intervenciones en las películas de Leopoldo Torre Nilsson, autor de la popularísima "La Raulito", 1975); "La cifra impar" (1961), sobre texto de Julio Cortázar, y la inédita "Los venerables todos" (1962), ambas de Manuel Antín; "Los jóvenes viejos" (1961), al estilo del italiano Michelangelo Antonioni, y "Pajarito Gómez" (1964), de Rodolfo Kuhn. Este último sí enlazó con la producción industrial, a diferencia de lo que pasó en líneas generales con este movimiento, que por descuidar este aspecto del cine, pronto provocó el desinterés del público.
También en estos años y bajo la influencia de la nouvelle vague el actor Leonardo Favio se lanzó a la dirección con "Crónica de un niño solo" (1964) (foto), "El romance del Aniceto y la "Francisca" (1967) y "El dependiente" (1968). Fue entonces cuando se consolidó en el cine argentino una fuerte impronta ideológica, que atrajo incluso producciones extranjeras, como "Los inocentes" (1962) o "La boutique" (1967), de los directores españoles Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga respectivamente, rodadas en Argentina por problemas con la censura franquista. En esta línea ideológica, que aún hoy perdura, destaca la encuesta neoperonista de cuatro horas y media "La hora de los hornos" (1968), de Fernando Solanas y Octavio Genio.
Por su parte, Torre Nilsson filmó "Güemes, la tierra en armas" (1972), "Boquitas pintadas" (1974), adaptación de la novela de Manuel Puig que alcanzó gran éxito internacional, y "La mafia" (1971), que explora el tema de esta organización familiar- delictiva un año antes que "El padrino", de Francis Ford Coppola.
El golpe militar de 1976 y la dictadura posterior, provocaron una crisis de la cinematografía nacional, y hasta 1980 apenas se realizaron producciones interesantes, a excepción de películas como "La parte del león" (1978), debut del director Adolfo Aristarain. Este periodo de crisis se remontó, no obstante, con una serie de interesantes realizaciones que trataban de una u otra forma temas políticos, como "Tiempo de revancha" (1981) y "Los últimos días de la víctima" (1982), de Aristarain, protagonizadas por obreros que cuestionan su compromiso político; "Asesinato en el senado de la nación" (1984), de Juan José Jusid, de corte histórico; "La historia oficial" (1985), de Luis Puenzo, Oscar a la mejor película extranjera; y "No habrá más penas ni olvidos" (1983), de Héctor Oliveira, Oso de Plata en el Festival de Berlín, que tratan directamente las trágicas consecuencias de la dictadura militar.
Dentro de esta corriente el tema del exilio aparece también en "Tango, el exilio de Gardel" (1985), de Fernando Solanas, que obtuvo el César a la mejor banda sonora original escrita por Ástor Piazzola, y se perciben tintes feministas en la obra de María Luisa Bemberg, realizadora más comercial y prolífica, que en sus retratos de la alta burguesía argentina, como "Miss Mary" (1986), trata también de adscribirse al análisis político vigente.
Este brillante periodo, durante el que se realizaron películas como "La deuda interna" (1988) de Pereira, alcanzó un promedio anual de producción de más de 30 películas. Su esplendor se vio truncado por el crecimiento de la inflación y la crisis económica de 1989, que hizo descender el número de rodajes y provocó que algunos de los mejores realizadores, como Aristarain, se instalaran fuera del país. En su caso se trasladó a España, donde rodó "Un lugar en el mundo" (1992), premio Goya de la Academia de Cinematografía Española en 1993, y, ya como producción totalmente española "La ley de la frontera" (1995).
En la década del 90 se asistió a un renacer del cine argentino, artístico al menos, con figuras como Eliseo Subiela, director de "Hombre mirando al sudeste" (1986), "El lado oscuro del corazón" (1992), o "No te mueras sin decirme a dónde vas" (1995), como "Perdido por perdido" (1993) de Alberto Lecchi, o como "Gatica el mono", de Leonardo Favio, Goya en 1994.
De "Apuntes para la historia del cine" del Prof. Luis T. Melgar (2005)
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